Absceso pélvico

Definición:

Un absceso pélvico es una acumulación de pus en la pelvis o parte baja del abdomen causada por una infección, apendicitis, una úlcera o complicaciones después de la cirugía. La ruptura de un absceso pélvico es una condición grave que pone en peligro la vida del paciente y que requiere cirugía inmediata.

Se trata de la etapa final del desarrollo de una infección del tracto genital y generalmente es prevenible. El absceso puede llenar la pelvis y ocasionalmente la parte baja del abdomen. En ocasiones puede crecer considerablemente sin que el paciente se sienta enfermo o note señales obvias.

En los hombres, el absceso pélvico se encuentra entre la vejiga y el recto. El paciente puede presentar fiebre, malestar, anorexia, nauseas, vómitos, dolor, diarrea.
Aparece generalmente 2-3 semanas después de la infección inicial o complicación y puede convertirse en abscesos múltiples si no se tratan. A veces los especialistas no recomiendan tratamiento hasta que hasta que no haya “madurado” lo suficiente como para abrirlo y drenarlo con facilidad.

Patogenia:

En una invasión de bacterias a un tejido, la infección se extiende por toda el área. Algunas células mueren y se desintegran, dejando espacios en los que se acumulan líquido y células infectadas.

Los glóbulos blancos, los defensores del organismo contra la infección, se desplazan hacia estos espacios y después de engullir a las bacterias, mueren.

La acumulación de glóbulos blancos forma el pus, una sustancia cremosa que llena la zona. A medida que el pus se deposita, el tejido sano es desplazado. Al final este tejido acaba creciendo alrededor del absceso hasta rodearlo; el organismo intenta de este modo evitar una mayor extensión de la infección. Si un absceso se rompe hacia dentro, la infección puede extenderse tanto por el interior del cuerpo como bajo la superficie de la piel, dependiendo de dónde se encuentre el absceso.

Una infección bacteriana puede generar un absceso de varias formas. Por ejemplo, una herida punzante hecha con una aguja sucia puede hacer llegar bacterias al tejido subcutáneo. A veces las bacterias pueden diseminarse a partir de una infección de otra parte del organismo.

Así mismo, las bacterias que normalmente viven en el cuerpo pero no causan daño alguno, ocasionalmente pueden provocar un absceso. Las posibilidades de que éste se forme aumentan si hay suciedad o un cuerpo extraño en la zona infectada, si la zona de invasión bacteriana tiene un bajo aporte sanguíneo (como sucede en la diabetes) o si el sistema inmunitario de la persona se encuentra debilitado (como sucede en el SIDA).

Síntomas:

El lugar donde se localiza un absceso y el hecho de que interfiera o no con el funcionamiento de un órgano o un nervio determina sus síntomas. Éstos pueden incluir dolor espontáneo o a la presión, sensibilidad, calor, hinchazón, enrojecimiento y posiblemente fiebre. Si se forma justo por debajo de la piel suele aparecer como un bulto visible. Cuando está a punto de romperse, su parte central adopta un color blanquecino y la piel que lo recubre se vuelve más delgada. Un absceso formado en lo más profundo del cuerpo crece considerablemente antes de provocar síntomas. Al pasar inadvertido, es probable que a partir de éste se disemine la infección por todo el organismo.

Diagnóstico:

Los médicos pueden reconocer fácilmente un absceso que se encuentra sobre la piel o debajo de la misma, pero a menudo cuesta detectar los que están en la profundidad. Cuando una persona padece este tipo de abscesos, los análisis de sangre suelen revelar un número anormalmente alto de glóbulos blancos. Las radiografías, la ecografía, la tomografía computadorizada (TC) o la resonancia magnética (RM) son pruebas que pueden determinar su tamaño y posición. Debido a que los abscesos y los tumores suelen causar los mismos síntomas y producen imágenes similares, para llegar a un diagnóstico definitivo suele ser necesaria una muestra de pus o bien la extirpación del absceso quirúrgicamente para examinarlo al microscopio.

Tratamiento:

A menudo un absceso se cura sin tratamiento al romperse y vaciar su contenido. En ciertos casos, éste desaparece lentamente sin romperse mientras el organismo elimina la infección y absorbe los desechos. En ocasiones puede dejar un bulto duro.

Un absceso puede ser perforado y drenado con el fin de aliviar el dolor y favorecer la curación. Para drenar un absceso de gran tamaño, el médico debe romper sus paredes y liberar el pus. Tras el drenaje, si son grandes dejan un amplio espacio vacío (espacio muerto) que se puede taponar temporalmente con una gasa. En ciertos casos, es necesario dejar drenajes artificiales durante un tiempo (generalmente delgados tubos de plástico).

Como los abscesos no reciben sangre, los antibióticos no suelen ser muy eficaces. Tras el drenaje, se pueden suministrar para evitar una recurrencia. También se recurre a éstos cuando un absceso extiende la infección hacia otras partes del organismo. El análisis en el laboratorio de las bacterias presentes en el pus ayuda al médico a escoger el más eficaz.

Operación:

Se hace una incisión de 3 pulgadas en el abdomen cerca del absceso pélvico. El corte se profundiza hasta que el cirujano alcanza el absceso. El pus se escurre, se lava el área con antibióticos, y un tubo de drenaje de goma se coloca para drenar el pus adicional. El tubo se mantiene en su lugar hasta que los rayos X confirman que el espacio del absceso es cada vez más pequeño.

Alternativas:

No se puede ignorar un absceso pélvico porque se puede drenar hacia la piel. También puede drenarse hacia los órganos, como intestinos y esparcirse por el estómago. Si el líquido purulento en el absceso no es muy espeso, el especialista puede colocar un tubo de drenaje sin cirugía.

Después de la cirugía:

La mayoría de los pacientes son capaces de caminar dentro de las 24 horas después de la cirugía de absceso pélvico, sin embargo, a menudo experimentan algunas molestias durante varios días. A veces el tubo de drenaje debe permanecer en el lugar por 2 semanas.

Algunas localizaciones de abscesos abdominales:

Los abscesos se pueden formar por debajo del diafragma, en el interior del abdomen, en la pelvis o detrás de la cavidad abdominal. También pueden formarse en cualquier órgano abdominal, como los riñones, el bazo, el páncreas, el hígado, la próstata o alrededor de los mismos. Por lo general, los abscesos abdominales se originan a partir de heridas, una infección o perforación del intestino o una infección de otro órgano abdominal.
Un absceso debajo del diafragma puede formarse cuando el líquido infectado proveniente, por ejemplo, de un apéndice perforado, se desplaza hacia arriba por efecto de la presión de los órganos abdominales y la succión producida por el diafragma durante la respiración. Los síntomas pueden consistir en tos, dolor al respirar y dolor en un hombro, que se produce debido a que el hombro y el diafragma comparten los mismos nervios y el cerebro interpreta incorrectamente el origen del dolor.
Los abscesos localizados en la parte media del abdomen pueden originarse a partir de un apéndice perforado, por la perforación del intestino grueso o en el contexto de la enfermedad inflamatoria intestinal o la Diverticulitis. El área donde se encuentra el absceso suele ser dolorosa.
Los abscesos pélvicos se originan a causa de los mismos trastornos que los provocan en el interior del abdomen y también a partir de infecciones ginecológicas. Los síntomas pueden incluir dolor abdominal, diarrea provocada por una irritación intestinal y una necesidad urgente o frecuente de orinar a causa de una irritación de la vejiga.

Los abscesos localizados detrás de la cavidad abdominal (llamados abscesos retro peritoneales) se forman detrás del peritoneo, una membrana que reviste la cavidad abdominal y sus órganos. Las causas, que son similares a las que provocan la aparición de otros abscesos en el abdomen, incluyen la inflamación del apéndice (apendicitis) y del páncreas (pancreatitis). El dolor, por lo general localizado en la parte inferior de la espalda, empeora cuando la persona flexiona la pierna sobre la cadera.

Los abscesos en los riñones pueden estar causados por determinadas bacterias que provienen de una infección lejana y que llegan a los riñones a través del flujo sanguíneo, o bien por una infección de las vías urinarias que llega a los riñones y luego se extiende hasta el tejido renal. Los que se forman en la superficie de los riñones (abscesos peri nefríticos) casi siempre están provocados por la rotura de otro absceso dentro del riñón, que disemina la infección hasta la superficie y el tejido circundante. Los síntomas incluyen fiebre, escalofríos y dolor en la parte inferior de la espalda. La micción puede resultar dolorosa y a veces la orina está teñida de sangre.

Los abscesos en el bazo son causados por una infección que llega hasta el bazo por el flujo sanguíneo, por una herida que afecta al bazo o por la diseminación de una infección desde un absceso próximo, como, por ejemplo, alguno localizado por debajo del diafragma. Se puede sentir dolor en el lado izquierdo del abdomen, la espalda o el hombro izquierdo.

Los abscesos en el páncreas se forman típicamente después de un ataque de pancreatitis aguda. Los síntomas como fiebre, dolor abdominal, náuseas y vómitos suelen comenzar una semana o más después de que la persona se ha recuperado de la pancreatitis.

Los abscesos en el hígado pueden ser causados por bacterias o por amebas (parásitos unicelulares). Las amebas de una infección intestinal llegan al hígado a través de los vasos linfáticos. Las bacterias pueden llegar al hígado desde una vesícula biliar infectada, una herida penetrante o contundente, una infección en el abdomen, como un absceso cercano o a través de una infección de otra parte del cuerpo transportada por el flujo sanguíneo. Los síntomas son pérdida del apetito, náuseas y fiebre. El enfermo puede o no tener dolor abdominal.

Los abscesos de la próstata suelen producirse debido a una infección de las vías urinarias que acaba ocasionando una infección de la glándula prostática (prostatitis). Éstos son más frecuentes entre los varones de entre 40 y 60 años. Por lo general, en esta situación se siente dolor al orinar o bien urgencia o dificultad para la micción. Con menos frecuencia, hay un dolor interno en la base del pene y aparece pus o sangre en la orina.

Dr. Avilio Méndez Flores

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